Un viaje sensorial al corazón de Marruecos

Publicado el 29 de octubre de 2025

Hay viajes que no sólo se hacen con los pies, sino también con la piel, los ojos y el olfato. Marruecos es uno de esos destinos que se viven con todos los sentidos. Suena a tambores y llamadas a la oración, huele a especias y a menta fresca, brilla bajo el sol del desierto y acaricia con la calidez de una hospitalidad ancestral. En este nuevo post de Viajeros con B, cruzamos montañas, valles y dunas doradas para descubrir el alma de un país que palpita entre la tradición y la magia. 

1.- Marrakech, la ciudad roja que nunca duerme 

Todo comienza en Marrakech, la legendaria ciudad roja, un crisol de culturas, tiempos y sonidos donde lo onírico se mezcla con lo cotidiano. Nuestra primera parada es el Jardín Majorelle, donde el azul cobalto lo inunda todo, contrastando con los cactus y plantas exóticas que crecen bajo el sol africano. Justo al lado, el Museo Yves Saint Laurent nos revela cómo esta ciudad inspiró algunas de las obras más icónicas del diseñador francés. 

La ruta nos lleva a la Medersa Ben Youssef, una antigua escuela coránica que guarda el eco de siglos de sabiduría. Los mosaicos, la caligrafía y la madera tallada nos envuelven en un silencio sagrado. El mediodía nos sorprende entre callejuelas, olores a tajín y terrazas con vistas sobre los zocos, donde se saborea Marruecos con calma. 

Por la tarde, el Palacio de la Bahía nos recibe con patios sombreados y estancias que susurran historias de visires y concubinas. Pero es al caer la noche cuando Marrakech se transforma: en la Plaza Jemaa el-Fna, músicos gnawa, encantadores de serpientes y contadores de cuentos crean un espectáculo sin guion. Una energía caótica y fascinante que nos recuerda que esta ciudad nunca duerme. 

2.- Cruzando el Alto Atlas hacia las kasbahs de cine 

Al día siguiente, dejamos atrás la ciudad para iniciar la Ruta de las Kasbahs, una travesía que nos lleva de fortaleza en fortaleza por paisajes que parecen de otro planeta. La carretera serpentea por el puerto de Tizi n’Tichka, en pleno Alto Atlas, y a medida que ascendemos, los colores cambian: del ocre al verde, del azul al blanco de las cumbres lejanas. 

A mitad de camino, como un espejismo que se vuelve real, aparece Ait Ben Haddou, la kasbah más famosa de Marruecos, declarada Patrimonio de la Humanidad. Sus muros de adobe han sido escenario de películas épicas como Gladiator o Juego de Tronos, pero más allá de lo cinematográfico, es su autenticidad lo que nos cautiva. Pasear por sus callejuelas es viajar al pasado. 

La ruta sigue hasta Ouarzazate, la “puerta del desierto”, donde el polvo del camino y la luz dorada de la tarde crean una atmósfera de leyenda. Aquí se pueden visitar los estudios de cine más famosos de África, en los que se guardan decorados impresionantes. También se puede descubrir la kasbah de Tifeltout, todo antes de dormir en esta ciudad que parece siempre a punto de ser filmada. 

3.- Hacia el sur: del valle del Dades a las dunas de Merzouga 

El tercer día nos adentramos en el Marruecos más salvaje. El valle del Dades nos guía entre palmerales, pueblos de adobe y montañas esculpidas por el viento. Pronto llegamos a las Gargantas del Todra, un cañón de más de 200 metros de altura donde el silencio se rompe solo por el rumor del agua y los pasos sobre la piedra. 

Desde allí, seguimos hacia el sur, donde el paisaje se vuelve cada vez más mineral. El verde desaparece y el horizonte se llena de colores dorados ante la inminente llegada al desierto, tras cruzar Erfoud y Rissani 

Las primeras dunas del Erg Chebbi aparecen como olas de fuego, que surcaremos en 4×4 hasta nuestro campamento de lujo, un oasis de comodidad en medio de la nada. La cena bajo las estrellas, acompañada de música bereber y silencio cósmico, se convierte en uno de esos recuerdos que se graban para siempre. Y dormimos entre telas suaves y los sonidos del viento meciendo las arenas. 

4.- Amanecer en el Sahara 

Antes de que el sol despierte del todo, subimos a una duna para ver cómo el desierto del Sahara se tiñe de tonos rosados y dorados. No hay palabras para describir esa sensación de inmensidad y de conexión pura con el entorno, en un momento de recogimiento y de belleza absoluta. 

Tras el desayuno, emprendemos el camino de vuelta pasando por Agdz, a orillas del valle del Draa, donde un palmeral infinito esconde nuevas fortalezas. La ruta cruza el Anti-Atlas por Tizi n’Tnifift, con sus curvas salvajes y paisajes lunares, y nos lleva hasta Marrakech en pleno atardecer. De esta manera Marruecos nos despide como nos recibió: con contrastes, sorpresas y una belleza que no se deja encasillar. 

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